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”Rising and Falling”: Percepciones sobre la meditación, Tailandia

Descalzos, llevando puestas unas simples túnicas naranjas, un viejo monje acompañado por un joven novicio estaban regando las orquídeas y otras plantas que exuberantemente crecían a lo largo del tronco de un hermoso árbol que estaba en frente de la biblioteca del templo.

El templo, Wat Ram Poeng, tiene un jardín muy bonito con árboles, arbustos y flores, pero este árbol en frente de la biblioteca es particularmente llamativo porque crece solo en lo abierto. Se pueden ver claramente las formas de sus ramas y hojas doradas delineadas contra el azul del cielo.

Todos los días, después de largas horas de meditación, me sentaba a observar ese árbol y sus grandes hojas que se veían como paracaídas abiertos, marchitas y cayéndose despacio como si fueran llevadas en las alas de un suave arrullo. ¿Quién hubiese dicho que la muerte podía ser tan grácil y harmoniosa como el despertar de una nueva vida?

Esos momentos de paz parecían momentos de la perfección absoluta, y me hacían preguntarme qué era lo que nos prevenía a nosotros, a los humanos, en ser tan ligeros y libres como todo lo demás en la naturaleza. La respuesta a esa pregunta, en realidad, es el foco principal de la práctica de meditación – nuestra mente! Su principio básico más o menos dice: libérate de tu mente para que puedas aceptar y vivir el presente tal como es, aquí mismo y ahora mismo.

El templo principal en Wat Ram Poeng

Sé que muchos consideran la filosofía del ”momento presente” más bien una enseñanza utópica budista y no puedo decir que en su momento yo pensaba diferente pero cuando llegué a Tailandia me sentí muy atraída a entender de qué se trataba.

Muy pronto la vida en el templo reveló, desgraciadamente, los mismos problemas que prevalecían en la mayoría de los templos de otras religiones predominantes en el mundo – la hierarquía de poder, en la que los monjes estaban sentados en las plataformas elevadas, como si estuvieran en un pedestal, mientras las mujeres se inclinaban ante ellos.

Similarmente, durante la comida, los monjes comían la comida diferente, especialmente preparada para ellos, y se les servía primero a ellos. Las mujeres (atrás) y los novicios (más cerca del pedestal) tenían que esperar a que los monjes comiesen primeros antes de tocar su comida.

Me imaginaba que los budistas no permitirían ese tipo de machismo y desigualdades, sobre todo tomando en cuenta que la modestia y la abnegación son tan importante para ellos. Me decepcioné al ver que, sin embargo, caían en la misma trampa que otras religiones dominadas por hombres . La trampa del sentido ilusorio de poder y dominancia que alimenta al ego, algo que parece ser la adicción más grande en la historia de la humanidad.

El budismo también suele enorgullecerse de ser una práctica espiritual y no una religión. Sin embargo, por lo que he visto, los budistas son igualmente fanáticos de Buddha e intimidados por sus preceptos morales como, por ejemplo, los católicos de Cristo y sus diez mandamientos.

Así que, aunque no lo había esperado ni me había preparado para ello, el templo sí me parecía ser otro ambiente religioso institucionalizado, con reglas estrictas y la hierarquía bien definida. Sin embargo, volviendo a la filosofía del ”momento presente” que he mencionado antes, a la luz de mi experiencia personal practicando meditación en Wat Ram Poeng, tengo que decir que se trata de algo mucho más que solo una filosofía.

La meditación Vipassana que practicé durante diez días en el templo consiste en intercambiar sesiones de 15 minutos de meditación en la posición sentada y caminando, durante seis horas al día. Cada día se adicionaba una hora más, hasta alcanzar la duración de 60 minutos de cada sesión, durante 12 hasta 14 horas o más al día.

El primer día en el templo se hace la ceremonia de ”iniciación” donde se hacen ofrendas a Buddha y se dicen oraciones en Pali. La atendimos alrededor de 20 personas pero, después de diez días, solo la mitad se presentó en la ceremonia final.

El resto del día se dividía entre comer (solo dos veces al día, a las 6am y 10am), limpiar el cuarto (aunque no había mucho para limpiar cada día), barrer las hojas alrededor del templo, cantar a las 5.30am durante media hora (en Pali, lo cual me encantaba) y dormir (solo 5-6 horas al día).

Cada día me reunía con el monje durante uno o dos minutos. Él me decía cómo respirar, qué repetir con cada respiro y dónde centrar mi atención durante las sesiones sentadas y caminatas, y al final me preguntaba si tenía alguna duda. Sin importar lo que yo dijera o preguntara, la respuesta del monje siempre se limitaba a las frases como: ”Sonríe.”, ”Piensas demasiado.” o ”Tu mente piensa en el futuro y en el pasado pero el tiempo es una ilusión. Existe solo el presente.”.

En otras ocasiones seguramente me hubiese sentido molesta o frustrada por no obtener un feedback más concreto o las respuestas más detalladas a mis preguntas sobre la práctica y su finalidad. Sin embargo, no fue así. Ese feedback simple, repetitivo, o tal vez la apariencia serena y sonriente del monje después de un día exhaustivo, renovaban mis energías literalmente en un instante y me sentía preparada para retomar la práctica de nuevo.

 

La luna llena es el evento más especial en el templo. Todo el templo se junta para meditar y cantar en Pali. Después se camina alrededor de la pagoda, con velas encendidas y flores como ofrendas, evocando cada uno en sus oraciones los mejores deseos para sus familias y amigos.

Gradualmente, como pasaba más horas meditando, aprendí que todas las respuestas que necesitaba siempre estaban ahí, escondidas dentro de mí pero yo, mi mente, fue demasiado ocupada para verlas. El secreto, en realidad, está en abandonar toda la búsqueda y dejar lo necesario llegar a tí.

Por ejemplo, yo no supe nada sobre las mantras, chakras o la llamada energía ”kundalini” cuando llegué al templo. Antes de estar ahí, nunca había practicado meditación o leído sobre ella, y en el templo tampoco tuve acceso a ninguna información teórica porque no se podían usar móviles y libros, y tampoco se podía hablar con los demás.

Sin embargo, después de una semana de práctica, empecé a sentir la necesidad de decir mis ”oraciones”. Me salían con tanta fluidez y rapidez como si las hubiese sabido desde antes o dicho muchas veces antes. Contenían numerosas frases de automotivación, y no paraba de repetirlas. Tenían un efecto tan liberador, de fortalecimiento. Me hacían sentir como si una pesada carga de algo desconocido que no me había sido perdonado de repente se fuera desvaneciendo.

Después de una hora de repetir sin cesar estas oraciones, proveniendo de mi misma para mi misma, sentí calor y palpitaciones entre mis ojos, entre las cejas, lo cual duró durante dos o tres días siguientes. Durante esos días también noté que mi cuerpo tenía tendencia de girar en círculos cuando apenas me ponía a meditar, y justo al día siguiente de la noche de la luna llena, durante la meditación, pude ver en mi interior una espiral moverse girando rápidamente desde el pelvis hasta la cabeza.

Yo en uno de mis ”trances” de introspección más profunda :D. A lo contrario de lo que se esperaría, la meditación a mí no me hacía sentir tranquila y en paz. Era más bien como si en el fondo de mi ser hubiese habido miles de capas de hojas finas, amontonadas una encima de la otra, que de repente se empezaban a levantar, dejándome completamente desorientada.

Cuando salí del templo, empecé a leer un poco sobre la meditación y no me demoré mucho en encontrar que esas oraciones que yo me ”inventaba” ya existían. Fue increíble leer las mismas cosas que yo me decía a mi misma en las listas de mantras más conocidas. Leí también sobre las chakras y como una de ellas, conocida como el tercer ojo, se centraba entre los ojos, y que la energía primordial kundalini se manifestaba en nuestro cuerpo como una espiral.

Es decir, pude poner etiquetas, nombres a lo que había sentido, vivido y descubierto pero las etiquetas no son importantes. Mi gran revelación consiste en que la sabiduría (espiritual) colectiva parece ser algo real y parece que cada uno de nosotros tiene acceso a ella. Solo hace falta hacer espacio para que se manifieste. Podemos ser nuestros guías espirituales y tal vez cada uno sea su mejor guía espiritual.

Ahora entiendo por qué los monjes no querían darnos ninguna introducción teórica a la práctica o ofrecernos explicaciones. De esa manera hubiesen entretenido nuestra mente con nombres, etiquetas y expectaciones, y eso puede despistarte. En mi caso, por lo menos, tomando en cuenta que tengo una mente bastante analítica, era mucho mejor que no disponiese de mucha teoría.

Por eso considero que no hace falta prepararte especialmente o saber algo en particular antes de practicar la meditación. Lo único que hace falta es seguir los pasos básicos que son muy sencillos – inhalar y exhalar, subir y bajar (rise and fall), y centrar tu atención en cada subida y bajada. Sin pensamiento, sin mente, sin preocupaciones, sin preguntas, sin expectativas.

”Y si no alcanzas nada, por lo menos aprendes a ser más paciente”, dijo el monje en una de sus charlas.

La paciencia es algo que me parece que nunca voy a alcanzar pero lo que sí aprendí es que la mente no es tan omnisciente como se cree. Nunca podrá entender las profunidades de nuestro ser o de nuestro sufrimiento porque su función es pensar, no sentir. La mente tiene su límite y sentí, al acercarme a ese límite, que más allá de él existe un vasto espacio sin límites.

No importa su nombre. Importa que esté ahí. No fuera de nosotros, sino dentro de nosotros. No es algo que comprehendes intelectualmente (porque tu mente ya te estará diciendo que esto es una tontería), sino lo ves con todo tu interior (¿tal vez con tu tercer ojo :D?). Y hay tanto para explorar en ese espacio abandonado. Te das cuenta de qué mucho te tenías abandonado a tí mismo.

Por eso el último día en el templo me sentí tan frágil y vulnerable, como si el golpe más suave pudiera acabar conmigo en un instante. Me sentí extremamente cansada y confusa por todo lo que había vivido en esos diez días. Me sentí mucho más responsable de mi vida porque aprendí que solo yo podía controlarla e influir en ella. Por supuesto, intelectualmente ya lo había sabido desde antes pero entonces sentí la responsabilidad por mi vida espiritual y eso me daba miedo.

Aún da miedo pero estoy tan agradecida de haber adquirido una nueva herramienta para cuidar de mí misma. Para estar en contacto conmigo misma y explorar esos rinconces más oscuros de mí que me hacen sufrir. Para traer luz a ellos.

La recepción del monje principal a la vuelta de su viaje a China fue el momento más esperado en el templo. (También el más divertido y gracioso para nosotros, extranjeros.) El monje trajo pequeños regalos para todos. Tendrá sus desventajas, como todo en este mundo, pero la vida en el templo, al final del día, es acogedora. Inspira la paz y la sensación de estar en familia.

Sinceramente, no es fácil. El mundo externo te consume tan rápidamente y de nuevo te encuentras ocupándote de cosas por fuera para que no tengas que enfrentarte con lo que necesita de luz por dentro. La fuerza de voluntad y la determinación parecen una broma en comparación con la naturaleza consumidora del mundo material.

Cuando me encuentro dando desesperadas vueltas en el sinsentido del mundo dominado por la mente, que hemos creado para distraernos, me recuerdo que no existe una promesa de la paz o la felicidad permanente en ese mundo. No hay nada para concretizar o realizar en el mundo externo que milagrosamente ”cure” nuestras insatisfacciones. El cambio real, para que sea duradero y tenga un impacto positivo en nuestra experiencia, tiene que suceder por dentro primero, y es en esa dirección donde hay que poner todos los esfuerzos y toda la atención.

Así que concéntrate, respira y ten fe en que cada subida y cada caída te guiará precisamente donde tienes que estar.

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